Tres símbolos nacionales de Angola, tres maravilhas

Welwitschia mirabilis, especie endémica del desierto angolano.
Welwitschia mirabilis, especie endémica del desierto angolano. / Epigmenio Rodríguez

El pensador. La imagen del anciano sentado en actitud reflexiva tiene su origen en las figuritas del "cesto adivinatorio", o ngombo, usadas por el adivino entre los tchokwe, en el nordeste de Angola. A mediados del siglo XX comenzó a tallarse de forma masiva en Dundo, donde se acababa de crear un museo etnográfico, y hoy puede encontrarse en cualquier lugar del mundo. Para los angolanos, sin embargo, es mucho más que un producto de artesanía. Se trata de una representación de la sabiduría, la experiencia y el conocimiento, de tal valor emblemático que incluso aparece en los billetes del kwanza.

La palanca negra gigante. El antílope más hermoso de África, algo en lo que coinciden todos, sólo existe en Angola. Y en gravísimo peligro de extinción desde hace varias décadas. Como casi nadie lo ha visto durante ese tiempo, hay quien afirma que ya se ha extinguido. La información que circula desde hace unos pocos años es que algunos ejemplares fueron descubiertos en la provincia de Kwando Kubango en 2005, y que están siendo protegidos con gran mimo en el parque de Kangandala, en Malanje. Mito o realidad, lo cierto es que el formidable animal, cuyos cuernos pueden superar el metro y medio de semicircunferencia casi perfecta, es hoy el símbolo de la compañía aérea TAAG y de la selección nacional de fútbol.

La welwitschia mirabilis. Llamada tombwa por los nativos, como la ciudad costera más meridional del país (a la que los portugueses llamarían Porto Alexandre), esta planta magnífica sólo puede encontrarse en el desierto de Namibe. También está en peligro de extinción. Su capacidad para vivir en las condiciones más extremas, y su longevidad (alcanza con facilidad los mil años, y hay ejemplares que han llegado a los dos mil) son los valores que le han llevado a ser adoptada como símbolo en el país. Entre Namibe y Tombwa, en las orillas de los poco más de veinte kilómetros de cauce seco que conducen al Flamingo Lodge, viven los ejemplares más grandes que se conocen: hasta metro y medio de altura y más de cuatro de diámetro.

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