Málaga tiene estos rincones que están pensados sólo para los turistas más curiosos

Gusto, olfato, tacto, vista y oído. Málaga es un festín para los cinco sentidos. Foco de atracción para los amantes del buen vivir y confluencia de potentes fuerzas creadoras.

Málaga

Vista del centro de la ciudad desde el Muelle Uno

/ Cristina Candel

Los mejores meses para comer sardinas son los que no llevan "R": mayo, junio, julio y agosto. No se trata de una misteriosa ley de la naturaleza. Las sardinas se alimentan de plancton, que abunda durante los meses de calor debido al aumento de la temperatura del agua. Por ello, la sardina come más y aumenta su grasa corporal, lo que acentúa su sabor y aroma. Hasta aquí la teoría... Sin embargo, resulta tremendamente complicado sentarse en un restaurante de espetos en Málaga y no sentirse tentado a pedir unas sardinas. Sea febrero, marzo o abril... Todos con “R”.  

Me viene a la mente la oda que el periodista y fino humorista Julio Camba dedicó a este pescado azul en su divertida miscelánea culinaria La casa de Lúculo o El arte de comer (1929): "Una sardina, una sola es todo el mar, a pesar de lo cual yo le recomendaré al lector que no se coma nunca menos de una docena; pero vea cómo se las come, dónde se las come y con quién las come". Resulta irónico que, a pesar del influjo de las sardinas en la zona, a los malagueños se les denomine, cariñosamente, boquerones —también excelentes en la Costa del Sol, por cierto—.

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Mural en la playa de la Malagueta

/ Cristina Candel

Frente al mar, sentado en la terraza del restaurante Las Palmeras, en el antiguo barrio de pescadores de Málaga conocido como Pedregalejo, me acechan estos contradictorios pensamientos. Aunque aún es invierno, el sol calienta y provoca una ensoñadora sensación de bienestar. Es uno de esos días de transición en el que conviven paseantes prudentes —aún abrigados hasta las cejas— y optimistas —con chanclas y manga corta—. Se acerca la hora de comer... Y, a pesar de la dichosa "R", parece una herejía no pedir un espeto de sardinas. Enrique Murillo, más conocido como Quique, es el actual encargado de este negocio familiar que acaba de cumplir 42 años. Me recomienda salmonete, pargo, urta... Pero yo estoy emperrado con las sardinas... ¡Que Dios reparta suerte! 

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El Cubo del Centre Pompidou Málaga.

/ Cristina Candel

Hasta que llegue el manjar azul, paso el tiempo en compañía de una helada cerveza Victoria —birra malagueña por excelencia— y el omnipresente móvil. Sin haberlo planeado, caigo en el diccionario online de la Real Academia Española. Define espeto como "hierro largo o sardinas asadas con él". El origen de esta palabra se remonta hasta el término latino spica (espiga), que derivó en el germánico spituz (pincho para asar cuya forma recuerda, cómo no, al de la espiga). Información de interés que palidece ante la llegada de dos espetos de sardinas —o, lo que es lo mismo, 12 piezas—. Ummm...

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Escultura de Pablo Picasso frente a su casa natal

/ Cristina Candel

Con el aroma de mar aún entre los dedos, me acerco hasta la arena para charlar con Cristian Barna, espetero rumano de este restaurante que fue distinguido en 2021 como el Mejor Espeto de Málaga según el concurso La Ruta del Espeto. Cristian lleva entre brasas desde 2008. Al ser preguntado sobre su experiencia culinaria previa, afirma entre risas que "solo había visto las sardinas en lata". No tengo intención de hacerle la competencia, pero me interesa descubrir los secretos de su trabajo. "Cada pescado tiene su truco", confiesa, generoso. "Al calamar, por ejemplo, hay que darle muchas vueltas para que no se queme... El salmonete se hace muy rápido. Si lo acercas al fuego más de lo normal, se achicharra. La urta es un pescado seco y hay que alejarlo del fuego... Lo importante no es la llama, sino el calor de las brasas". Tanta información me abre, de nuevo, el apetito.   

Pasión en la mirada

De Pedregalejo al centro histórico hay una agradable caminata de 45 minutos por el paseo marítimo. Lo ideal para bajar la comida. Repaso mentalmente mi lista de cosas que hacer en la ciudad. La posibilidad de abandonarse al dolce far niente bajo las palmeras de la popular playa de la Malagueta resulta tentadora. Y los locales de postureo de la zona de ocio conocida como Muelle Uno utilizan sus altavoces para lanzar cantos de sirena a los paseantes. Logro resistirme ante tanto embaucamiento... Estoy decidido. Voy a visitar el Museo Picasso Málaga. El artista malagueño siempre está de moda, pero aún más en este año en que se conmemoran 50 años de su fallecimiento. Toca disfrutar del placer provocado por la belleza estética.

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Palmeras en la playa de la Malagueta

/ Cristina Candel

Dejando atrás la Puerta de las Cadenas de la Catedral de la Encarnación, y subiendo por la calle Agustín, aparece el Palacio de Buenavista, joya arquitectónica del siglo XVI en el que se aloja el museo. Se encuentra en el corazón de la antigua judería de la ciudad y arquitectónicamente combina elementos renacentistas y mudéjares. Paradójicamente, aunque la colección reúne más de 230 piezas originales de Picasso, lo que más me llama la atención es una obra de otra artista. Nada más entrar, en la primera sala del museo, me doy de bruces, sin preaviso, con Las señoritas de Aviñón. Desde el otro lado de la sala, esta pieza resplandece como si poseyera una luz interior. Al acercarme, descubro que he sido engañado por mis sentidos. No es un cuadro, sino un tapiz realizado por la artista francesa Jacqueline de la Baume Dürrbach en 1958 —el original de Picasso data de 1907—. Pepa Babot, Jefa de Comunicación y Prensa del museo, me cuenta que Picasso tenía este tapiz colgado en su taller de La Californie, villa de Cannes en la que declaró haber pasado los mejores años de su vida. El malagueño afirmaba, con ese punto de provocación tan típico en él, que el tapiz era incluso mejor que su cuadro. 

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Puerta principal de la Catedral de la Encarnación de Málaga.

/ Cristina Candel

Jacqueline y Picasso tuvieron una fructífera relación artística. La artista textil tejió 27 tapices a partir de obras de Picasso, 19 de los cuales fueron adquiridos por el multimillonario y vicepresidente de EE. UU. Nelson Rockefeller. En la actualidad, la mayor parte decoran las paredes de la mansión familiar de los Rockefeller en Sleepy Hollow, localidad a 45 minutos de Nueva York. La mansión, conocida como Kykuit —palabra holandesa que significa mirador— puede visitarse con cita previa. Otra anotación en mi interminable lista de parajes por descubrir.

Costa del sol chic

Museo Carmen Thyssen, Museo de Málaga, Museo Casa Natal de Picasso, Centro Pompidou, La Térmica... Abrumando ante tanta oferta artística, siento el impulso de rebajar la ansiedad con una receta sencilla y efectiva: ir de compras. No tengo especial interés por la moda. Mi punto flaco, en lo que a gastar dinero se refiere, son los libros. Voy a hacer una confesión, pero que quede entre nosotros: Málaga está en el Top 5 de mis ciudades españolas favoritas por una simple razón... Tiene muchas y muy buenas librerías. 

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Teatro romano y murallas de la Alcazaba

/ Cristina Candel

Enrique del Río Oliva está al frente de Áncora, librería que cumple 50 años en 2023. Hijo de los fundadores, Enrique ha mantenido la esencia humanística de sus orígenes y ha añadido una activa agenda cultural, con presentaciones de libros, ciclos de conferencias, lecturas e incluso eventos relacionados con la música —una de las grandes pasiones de Enrique—. Como no estoy muy al tanto de lo que se cuece, literariamente hablando, en Málaga, pregunto por alguna recomendación. Y Enrique no me da una, sino muchas... ¡Qué gusto tratar con un librero que no considera los libros como productos al peso! 

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Interior de El Pimpi

/ Cristina Candel

Entre todos los títulos que comentamos, me intriga especialmente Excéntricos en la Costa del Sol, de José Luis Cabrera y Carlos G. Pranger. Parece el libro perfecto en el improbable caso de que alguna vez tenga que escribir un reportaje sobre la ciudad... "Es muy divertido", explica Enrique. "Muestra la revolución que se vivió en Málaga en los años 60, cuando coincidieron en la provincia una serie de artistas, músicos, cineastas de todo el mundo, aportando un glamour y una libertad sexual desconocida en la España de la época." Me lo compro. Y no es el único.

Pasión creadora

Media tarde. Hora de un tentempié. Así que enfilo la calle Granada hacia El Pimpi, toda una institución malagueña. Abierto en 1971, ocupa las antiguas caballerizas del Palacio de Buenavista, en el centro histórico de la ciudad. Antonio Banderas lo considera uno de sus restaurantes favoritos. Tanto le gusta... que lo compró en 2017. Una berenjena frita con miel de caña, media ración de adobo malagueño y una copa de vino dulce Cartojal —producto local elaborado con la variedad moscatel de Alejandría; la bebida estrella de la feria de Málaga —.

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Trono de la Esperanza.

/ Cristina Candel

Mientras repongo fuerzas, aprovecho para ojear el libro recién comprado. Descubro que Orson Welles disfrutó de lo lindo en El Pimpi, haciendo incluso sus pinitos como palmero. La historia se remonta a la Feria de Málaga de 1961. Welles, acompañado por su entonces esposa Paola Mori, estaba en España para dirigir una serie documental de la RAI italiana: Nella terra di Don Chisciotte. Aunque la idea era recorrer nuestro país, parece que los días pasados en la ciudad andaluza fueron tan intensos que, de los nueve capítulos, dedicó seis a Málaga y su provincia.

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Museo de Málaga en el Palacio de la Aduana

/ Cristina Candel

Han pasado más de 60 años desde la visita de Welles a Málaga. Sin embargo, la atracción que la ciudad ejerce hacia los creadores permanece viva... Con la panza llena, me dirijo a la Plaza Pintor Eugenio Chicano, conocida como la Plaza de los Artesanos. Tengo una cita. Y llego tarde. Esta diminuta plaza, arrinconada junto a la transitada calle Carretería, se ha convertido en un activo centro para artesanos. Ahí se encuentra el taller de la lutier Magdalena Aguilar Huéscar. Se dedica a construir y reparar violines, violas, violonchelos y violas de gamba. La apertura del teatro del Soho en 2019 —propiedad de, otra vez, Antonio Banderas — ha significado un importante impulso para las artes escénicas de la ciudad. Además, a pocos pasos del taller, se encuentra la Academia Galamian, un prestigioso centro formativo para pianistas y violinistas de todo el mundo. 

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Museo Picasso

/ Cristina Candel

Al otro lado de la plaza se encuentra el taller de cerámica de Alfonso Rot. Alfarero desde los 12 años, abrió hace siete años esta escuela por la que han pasado alumnos de todo el mundo. "Resulta curioso", bromea, "porque los únicos idiomas que hablo son el español y el cordobé. Y, sin embargo, he tenido alumnos de 73 países. Algunos, tan remotos como Corea del Sur y Nepal. Con mis alumnos me entiendo gracias al lenguaje del barro". Rot está especializado en una técnica conocida como cristalización. Solo seis ceramistas la dominan en España.

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Detalle del taller de Magdalena Aguilar Huéscar.

/ Cristina Candel

Tras las cristaleras del taller percibo cómo anochece. A última hora del día, paseo sin rumbo y dejo vagar los pensamientos. Cruzo la omnipresente calle Marqués de Larios, camino de la Alcazaba. Me siento en un banco de los jardines Manuel Atencia García. A pocos metros de mí, el graderío del teatro romano. Y, en la distancia, la muralla musulmana recortada contra el cielo que oscurece. Dos épocas que se funden en la Málaga eterna. Es tarde. Creo que divago. Saco otro de los libros que he comprado a Enrique. Leo un poema de Vicente Aleixandre titulado Subida a la Alcazaba: "Subir por esa escala, callando, hacia arriba hacia la luz... / ¡Quién te encontrara, niño que fui y que, acodado, veías / el vasto paisaje de Málaga, leve en las luces!". Empecé el día obsesionado con las sardinas... y lo acabo como un boquerón. Aún no me he marchado, pero ya pienso en volver a Málaga.

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